El protocolo actual para tratar un ataque de pánico se basa en la exposición de las situaciones temidas o evitadas, según la especialista marianbatle.com, que pueden ser:
- Internas: cuando se trata, por ejemplo, del miedo a las señales corporales (taquicardia, disnea…), ya que es frecuente que las personas que han experimentado un ataque de pánico, tengan miedo a la aparición de determinadas respuestas asociadas a la ansiedad. Es por eso que, muchas veces, sin darse cuenta, están pendientes de su aparición, desarrollando una conducta de hipervigilancia, con el fin de eliminar la ansiedad en el caso de que esta irrumpa.
- Externas: a veces evitamos determinadas situaciones que pensamos que desencadenan los ataques de pánico. Por ejemplo, si nuestro primer ataque de pánico se dio un día, en el autobús, la tendencia será evitar volver a subir al autobús. Con el tiempo, si se mantiene la evitación, es probable que se generalice a otros transportes públicos, limitando cada vez más los lugares en los que la persona se siente “segura”. Es necesario intervenir también en este punto ya que si la evitación a situaciones externas asociadas al ataque de pánico se mantiene en el tiempo puede dan lugar a otro problema: la agorafobia.
Así pues, aunque inicialmente el motivo de consulta de las personas que acuden radica en “eliminar la ansiedad”, si entendemos la ansiedad como un estado de activación psicofisiológica que nos pone en marcha para actuar ante una situación; la base del tratamiento no está en el control de la activación, sino en perder el miedo a la ansiedad y al contexto al que se asocia.
Pero… ,¿cómo lo hacemos para perder el miedo a la ansiedad?
En primer lugar, es muy importante evaluar cada caso. Es decir, escuchar y entender a cada persona y la situación en la que se encuentra. No es lo mismo estar ante alguien que se activa muy rápido y cuya activación baja despacio que lo contrario. Cabe preguntarnos, ¿en qué situación personal se encuentra? Sabemos que en muchas ocasiones, los ataques de pánico se producen en momentos altamente estresantes (asociados a tomas de decisiones, determinados problemas, etc.)
En segundo lugar, más que controlar el miedo, vale la pena trabajar para entenderlo. Es muy importante saber cómo funciona la ansiedad, por qué aparece, por qué se mantiene, y lo más importante, por qué las estrategias que se ponen en marcha no funcionan.
Muchas veces, la clave, para reducir la respuesta de ansiedad no está tanto en controlar las señales corporales sino en valorar qué está pasando en nuestra vida, ¿tenemos problemas en algún ámbito pendientes de resolver? ¿Estamos cansados de luchar? ¿Necesitamos tomar una decisión y no sabemos cómo hacerlo?
En tercer lugar, (este punto no suele salir en los protocolos, pero para mi es importantísimo), vale la pena preguntarnos ¿para qué? ¿Para qué quiero exponerme a la ansiedad y a las situaciones que la generan? ¿Cómo sería mi vida si no tuviera miedo?¿Para qué quiero estar mejor? ¿Cuáles son mis objetivos más allá de no sentirme mal?
Esto nos ayudará a cambiar el foco atencional y a centrar la terapia en objetivos concretos y alcanzables que, a su vez, nos pueden permitir vivir esta experiencia como un aprendizaje y dan sentido a la intervención.
Así pues, una vez trabajados estos puntos, los aspectos clave serían:
- la exposición interoceptiva, de las sensaciones fisiológicas asociadas al pánico,
- la reestructuración cognitiva, que es una técnica psicológica dirigida a modificar las creencias sobre las consecuencias catastróficas (sobrestimación de peligro y amenaza) de nuestras señales corporales.
Todo ello con un fin, que tal y como hemos comentado antes no es simplemente el de “eliminar la ansiedad”, sino el de perderle el miedo para volver a ser nosotros, y no ella, los protagonistas de nuestra vida.